Me rebelo, luego existimos. Aunque hace treinta y tres siglos los sumerios ya habían acuñado la frase gul-ban-da-gigâ-ni, que significa 'obstinadamente ella se niega'. Como Lilith, que rechazó a Adán en los albores del tiempo mítico, en parte porque rechazaba la postura sometida que Adán le exigía para copular, y no quería renunciar a un conjunto de, digamos, derechos. Y luego viene Eva, y sabemos que escogió el conocimiento a pesar del castigo divino. La rebelión original, la lucha prometeica contra las condiciones de la existencia, fue un 'no' femenino. Las palabras son actos de gracia y quien atenta contra la verdad mutila la justicia. Resistir es una palabra de nuestro tiempo. La prensa no es veraz sólo porque es revolucionaria; será revolucionaria sólo si es veraz; un escritor 'no puede servir a los que hacen la historia; debe servir a los que están sujetos a ella' decía Camus. Exploramos la creciente marea de resistencias en la estela de Tolstói y Thoreau, hablando por quienes no pueden hacerlo. Un elenco de escritores consideran sus luchas, desde las íntimas -la página en blanco, la enfermedad- a la noción de amistad en la era de Facebook, la hibris en el trato a la vida sensible, el medioambiente, las ideologías tiránicas, o las pasiones de la carne. Comienza Margaret Atwood en el Ártico lamentando el deshielo: 'Cuando uno no puede fiarse del hielo, ¿de qué puede fiarse?' y concluye Jonathan Franzen con un viaje a los portentosos paisajes congelados de la Antártida. Entre los polos, las voces rebeldes de Alejandra Costamagna, Héctor Abad Faciolince, Israel Centeno, Marta Eloy Cichocka, Miguel Ángel Hernández, Daniel Gascón y Albert Lladó, entre muchos otros.