Los extranjeros llegamos a Panamá como a otro planeta, enfrentamos su
sentido laxo del tiempo, su espacio invadido a una naturaleza gigantesca
que busca recuperarlo, impone su ley, devora a los débiles y a quienes se
descuidan. Los grupos indígenas la dominan cuando alcanzan a comprender
sus deseos.
En la sociedad, la violencia es omnipresente. Siempre hay alguien dispuesto
a sacarnos de la miseria con algún negocio turbio. Muchos policías
se encuentran de ambos lados: a fin de cuentas, ellos también deben mantener
a su familia. ¿Y quién no ha pensado en matar a un taxista cuando
le han robado y secuestrado tantas veces en los taxis? Solo las posturas
tajantes parecen resolver los problemas.
En medio de este caos maravilloso, la vida se abre camimno a codazos;
gracias al sexo constante se reponen todas las bajas, se olvidan las penas.
En el Caribe, cada día hay doce horas de sol y doce de sombras.