Aquel mendigo que pedía libros viejos, periódicos atrasados y papeles inservibles dejó de pasar un día por la puerta de su casa. Muchos años después, cuando otras cosas y otras personas habían desaparecido también de su vida, Maite se aventuró por las calles inusualmente desiertas de Bilbao, abriéndose paso en medio de una espesa e impenetrable niebla, yendo a parar a un extraño edificio a varios kilómetros de distancia. No podía imaginar que la aventura que había vivido con Beltza (¿Por qué se empeñó en llamar a Beltza al perro que la acompañó en su travesía?) iba a poner del revés su vida. O sería mejor decir que la enderezó, porque allí encontró mucho de lo que creía había perdido. Y la magia. Encontró la magia, pero una magia de verdad, de la que se explica en los libros de saber hermético.