En "El Muro del abismo", su autor confirma la veracidad de ese aserto, realizando una especie de prodigio que con seguridad va a alertar sobre todo a los linguistas, a los lectores profanos y a los buscadores de tesoros escondidos, pues entra al mundo increíble de la novela sin dejar de poetizar, para desde ese maremagnum, - fiesta de ángeles y demonios sobre los que basa su andanza - subordinar la narración al ejercicio de una retórica diferente y - adrede o sin darse cuenta - demostrar al mundo que con la poesía también se puede novelar y que con la novela es posible poetizar, porque uno y otro género, son en extremo vinculantes, hermanos putativos de la buenaventura en el alma - esa que sino conmueve no sirve a la expectativa o a la controversia indispensable y es solo una música sosa para el candor preclaro de la adulonería- y que por alguna razón, en algún momento alguien las desvinculó para generar otros caminos.