A ratos parece un absurdo, un desvarío, un hecho tremendamente desconcertante que uno de los términos del léxico político más utilizado, como es el caso de la palabra "fascismo", no tenga una definición concreta. Esta sola palabra, que a nadie deja indiferente, pareciera evocar mucho y nada a la vez, y, no obstante, este fenómeno político-social que perduró por casi 30 años, que fue capaz de desarrollar una amplia producción ideológica, goza hasta nuestros días de simples definiciones, antojadizas y contradictorias. Si bien el fascismo en su origen -si se considera el binomio de izquierdas y derechas- incorporó ideas que estuvieron enmarcadas a la izquierda, luego en una etapa intermedia abandonaría dichas concepciones una vez que se realizaran las reformas estructurales convenidas con los poderes conservadores. Finalmente, en la última fase política, este movimiento retomaría herramientas que serían catalogadas otra vez como izquierdistas. Esto que parece una contradicción vital no lo fue para la doctrina fascista si acaso se analiza el fundamento ideológico. De ahí que incorporara el concepto de la vida c