Los habitantes de las montañas de Virginia hace tiempo que perdieron la batalla. Continúan padeciendo inundaciones y sequías, de vez en cuando incendian sus casas para cobrar el dinero del seguro, mueren desproporcionadamente en guerras lejanas y en accidentes de coche, beben más de la cuenta, se hacen daño con bastante frecuencia, lidian desde que se levantan con un asfixiante sentimiento de pérdida, tienen hijos demasiado pronto y, al caer la tarde, observan desde sus porches la imparable invasión de los bulldozers y los domingueros. Siempre fue un territorio amenazado e ignorado, ya no hay ciervos como los de antes y hasta los viejos fantasmas de los confederados parecen haberse rendido. Todo se desvanece. Dicen que si no logras escapar antes de cumplir los veinte, estás perdido.