Bella pertenecía a una familia de comerciantes judíos, dueños de una tienda de múltiples géneros. Sus memorias se mueven entre las vivencias en aquel espacio y el de su hogar. Y sigue en parte el calendario de las fiestas judías que se vivían allí, y que se cuentan con delicadeza y emoción. El relato pinta además el ambiente ruso de la ciudad, pues por entonces (comienzos del siglo XX) Vitebsk pertenecía al Imperio Ruso.
Las memorias de Bella son una magnífica guía para entender el universo pictórico de Marc Chagall. Hasta tal punto, que uno se pregunta si él no pintaba como lo hacía, por haber convivido con Bella y haberse imbuido de su universo delicado y fantástico.