Juan Martín Díez fue uno de los guerrilleros que más se destacó en la lucha contra los franceses durante la guerra de la Independencia. Su sobrenombre, el Empecinado, era el apelativo que se daba a todos los naturales de Castrillo de Duero, debido a que el arroyo local llevaba pecina. Él convirtió su apodo en sinónimo de obstinado y tenaz. Los franceses nunca pudieron capturarlo. Escurridizo, siempre en movimiento, fue un maestro en la táctica guerrillera. Cuando empezó la invasión napoleónica, solo era un campesino sin estudios, fogueado en la guerra del Rosellón. Gracias a su enorme fortaleza física y a su gran carisma personal, comandó partidas de guerrilleros y llegó a alcanzar el grado de brigadier del ejército regular. Acabada la guerra, recibió el reconocimiento merecido a sus hazañas, pero cuando Fernando VII, el Deseado, volvió a sentarse en el trono español las cosas cambiaron. El rey felón abolió la Constitución de Cádiz y decidió perseguir a sus partidarios. Juan Martín era patriota y constitucionalista. Sus heroicidades fueron cruelmente recompensadas por aquel al que él había ayudado a recupera