Pío Baroja fue nuestro gran observador y paseante de los bajos fondos y las calles oscuras y tenebrosas, los suburbios y sus habitantes, lo que sucedía al caer la noche más allá de los límites de la ciudad burguesa, reglada y luminosa. Fascinado por la rareza, retrató un mundo en desaparición. Su interés era lo singular y extraordinario, desde las tabernas apachescas a las tiendas de objetos imposibles, seres que ya entonces estaban en extinción y cuyas historias quiso retratar. Conducido por el vagabundeo, se adentró en la ciudad oculta. Debe darse prisa. Lo que queda es el paisaje, la prueba física de lo que una vez hubo. También el relato oral, al que acude continuamente gracias a sus «soplones»: libreros ya ancianos, viejos carlistas, golfillos, randas o vagos.