Durante el reinado de Felipe II, solía decirse que no había tabón de polvo en la tierra bajo el que no se hallase una tumba española. Lo mismo y con igual verdad cabría haber dicho de cada ola del mar. Desde el Descubrimiento de América en 1492 al advenimiento en 1700 de la dinastía borbónica, cuya política provinciana supuso la ruptura con el universalismo de los siglos anteriores, una marea de gente salida de los puertos de la Península se extendió por mares y continentes dando nacimiento a la Edad Moderna y estableciendo las dimensiones definitivas del mundo tal y como después fue.
De almirantes a marineros, de mujeres de armas tomar a frailes y soldados, miles y miles de españoles se lanzaron a la aventura, nueva y distinta a todas las hasta entonces conocidas. Muchos dejaron testimonios de sus experiencias; los cronistas e historiadores dieron tam¬bién cuenta de ellas, componiendo un corpus inmenso de narraciones marítimas que luego su sociedad postergó hasta un olvido casi total. Relataron abordajes, motines y naufragios, que eran acontecimientos comunes en las rutas oceánicas, así como también apariciones de naves fantasmales, noticias de islas inexistentes, y hasta vidas criminales de galeotes o avistamientos de sirenas.
Alejadas por el tiempo de su coyuntura histórica, las relaciones de tantos episodios constituyen una suerte de vital romancero del mar –según titula González de Vega su estudio introductorio a esta Antología– que hasta el presente nunca se había rescatado como la valiosa y amena muestra que es de la cultura y las literaturas hispánicas. En ella se hallan recogidos 42 relatos sobre los sucesos de la vida marítima, escritos por 37 autores, anónimos algunos, otros de los que apenas se conocen los nombres y otros bien conocidos como el cronista Fernández de Oviedo, el mestizo Inca Garcilaso, el novelista Céspedes y hasta el Príncipe de Éboli.