A pesar de la distancia (ella es catalana y él grancanario) sus complicidades crecen. Pero esas complicidades tienen que sortear el día a día de cada uno. Anna está casada, con dos hijos, pero no ama a su marido (Albert, exconstructor y alcohólico); y José vive un presente condicionado por un pasado reciente que aún le ata. Anna trabaja en un hospital psiquiátrico y lleva todo el peso de la familia sobre sus espaldas, como si nada hubiera cambiado desde su niñez, mientras José, que da clases particulares, es un desencantado que, gracias a Anna, empieza a pensar que la vida puede ser algo más que seguir dejándose arrastrar por algo de lo que se siente culpable (la desaparición de su anterior pareja).