«Escribo esto para todos vosotros», dice Maria Campbell al comienzo de estas memorias, «para contaros qué supone ser una mestiza en Canadá. Quiero hablaros de las alegrías y las penas, de la angustiosa pobreza, de las frustraciones y los sueños».
Cuando la escritora nace en los cuarenta en el norte de Saskatchewan, los pueblos métis llevan décadas en la miseria, habitando en cabañas colindantes con las carreteras. Tras la muerte de su madre, Maria deja el colegio para cuidar de sus siete hermanos. Poco después, convencida de que necesita casarse para mantenerlos, lo hace con sólo quince años. Darrel, un hombre blanco, la deja embarazada, comienza a darle palizas y más tarde la abandona cerca de Vancouver.
Las cosas no mejorarían. El odio y el racismo fruto de la violencia colonial acumulada durante años la condujeron al alcohol, las drogas y la prostitución. Fue Cheechum, su bisabuela, una mujer astuta, independiente y cabezota, quien la sostuvo en los momentos más desesperantes y gracias a la cual Maria, poco a poco, fue tomando fuerza y reconciliándose con sus raíces.
Esta es la historia de una mujer tenaz, de la relación con su identidad, que ama y aborrece, y es también el conmovedor retrato de un pueblo resiliente.