El largo y sinuoso camino hacia la conversión, salpicado de obstáculos ante los que muchos desisten, lo describe San Agustín con un detallismo autobiográfico capaz de encender incluso al ánimo más escéptico.
Hay quienes encuentran simpre en el exterior a los enemigos más feroces, tales que sirven de pretexto para no emprender el camino recto y caminar con paso resuelto por su firme, ya se llamen aquellos maniqueos, o rétores, o todavía más sencillo, los amigos de las tabernas.
San Agustín no es amigo de esta clase de enjuages. Consciente de que son muchos los peligros que hay al acecho, recuerda en todo momento
que solo individualmente, en un proceso
de autoconciencia marcado por la culpa
(y la esperanza de redención), se es capaz de derrotar al verdadero enemigo: el yo de todas las vanidades.