«En estos relatos, ilusión y desilusión, fiesta sensual de la vida y misterio de su vacío coexisten y se entretejen continuamente. […] En este pequeño libro hay mucha agua, mucho mar. Paisaje también de lejanía y soledad, de melancolía o de tragedia, pero, sobre todo, de plenitud y de abandono, de vida compartida y vivida profundamente, como un verano glorioso e inagotable. Creo que su paisaje marino —con aquellas playas blancas, aquellas orillas suaves y ásperas, aquellas extensiones infinitas— es también una traslación de aquel mar de las costas e islas adriáticas —Trieste, pero especialmente Salvore, Rovigno, Cherso, Lussino—, que son un paisaje fundador, real y simbólico, de su historia, de la mía y de la de nuestros hijos.»
Del posfacio de Claudio Magris