1972. Los años Pompidou. A caballo entre mayo del 68 y la ola punk, Francia parece un poco provinciana. En París, en la rue de Théâtre, se produce una pequeña revolución: se crea Futurópolis, la primera librería especializada en historieta.
El éxito es inmediato y la iniciativa atrae a muchos curiosos, entre ellos los futuros grandes nombres del 9º arte: Tardi, Bilal, Joost Swarte, Baudoin, Crumb, etc.
El círculo de iniciados no tarda en aumentar, y Futuro (para los íntimos) se convierte en una editorial. Verdadero vivero de creatividad, esta empresa pionera se abre a los mejores talentos y participa de la eclosión de un género nuevo: la historieta de autor.
Más que un sello mítico, que supo asociar el refinamiento a la audacia, Futurópolis fue un estado de ánimo, guiado por la libertad de tono y una rara exigencia.
Es esta fabulosa aventura editorial y humana la que Florence Cestac, que fue una de sus principales protagonistas junto a Étienne Robial y Denis Oxanne, nos hace revivir en este tomo tan exultante como divertido.