Ninguna mujer de la Edad Moderna ha sido tan maltratada por la historia como Lucrecia Borgia, hija del papa valenciano Alejandro VI. El retrato que ha calado en el imaginario popular es el de una libertina, incestuosa y madre desalmada que envenenaba a sus amantes una vez satisfecha su pasión. Esta imagen tan infamante y alejada de la realidad histórica se debe en gran parte al escritor francés Victor Hugo y su drama romántico Lucrecia Borgia, que inspiró la ópera del mismo título de Donizzeti. El impacto de ambas obras sobre el público fue enorme y penetró de tal manera que el nombre de Lucrecia Borgia sigue siendo sinónimo de depravación.
La vida de Lucrecia está llena de luces y sombras, de enigmas indescifrables, pues la suya fue una personalidad compleja, como complejo fue el tiempo y el espacio en los que le tocó vivir. Y, sin embargo, a distancia de 500 años de su muerte, todavía es posible «oír su voz», oír las voces de sus coetáneos y aproximarnos a su vida con respeto y con voluntad de comprender. Y lo que se vislumbra no es, en absoluto, el estereotipo de cartón-piedra forjado por la leyenda negra, sino una mujer solar, sorprendente y humana.