Bartolomeo Plátina dialoga con Rodrigo Sánchez de Arévalo, Alcaide de Sant’Angelo, sobre un tema de permanente interés y actualidad: los males, y también las bondades, de la paz y de la guerra.
La bella prosa de Plátina elogia delicadamente la paz, que trae consigo numerosos beneficios, en contra de lo que pensaba Arévalo, convencido belicista, digno heredero de Heráclito.
Si para Arévalo la guerra promueve las más importantes virtudes, para Plátina estas solo florecen donde reina la paz, porque la virtud no es un bien individual, ni un rasgo heroico que adorna a algunos hombres: la virtud es el legado colectivo de la tradición. Pero si por algo se caracteriza la guerra, es por lo que disuelve: por quebrar y romper en mil pedazos la tradición.