Adrián Fauro es un ladrón de estructuras y poemas. Un vándalo que grafitea las sólidas paredes con las palabras de quienes durante mucho tiempo no han tenido acceso a la escritura. Poemas escritos desde un Burger King. Que nacen de las manos laborantes, de su misma prisa y su inagotable cansancio. Incorregibles. Inaguantables: «cayeron bombas sobre cuerpos y sobre caminos en los agujeros encerraron cuerpos que taparon con más caminos». Una auténtica bomba de relojería ante el panorama de poesía joven actual. Sin pleitesía. Sin ningún deseo por alcanzar la originalidad. La voz de este poeta es el grito de su barrio. El tono del autor es eléctrico, rápido y ruidoso como un tubo de escape trucado, pero también de una profunda madurez. Fauro entiende que, si bien las palabras no tienen poder para cambiar el mundo, solo a través de ellas podemos denunciar a los poderes fácticos. Además, con una gran habilidad, el poeta concentra un sentir generacional en el que un mismo grupo de amigos lleva diez años sentados en el mismo banco, buscando una vida vivible por InfoJobs.