"Todo era campo" es un texto extraño y queer, y por ello interesante, en el cual los nombres se borran, las pieles engañan y lo que se tensa y arriesga siempre es la existencia. Y hay un tono melancólico curioso que contrasta con la presencia virtual de su autora inexistente: en redes es, sí, "la regadora, la cortadora, la trepadora, la planchadora, la conductora, la bloqueadora, la peladora, la bailaora, la cagadora, la tostadora, o la folladora". Pero es que, al no ser, tiene abierto todo el abanico de las cosas, como quien no es y por ello se transforma, como la Rosalía saokiana que es "toas las cosas", y en ese no-ser nada fijo florece, se amolda al preguntarse cómo sería "meter un cuerpo en una caja" y que ese cuerpo sellado fuera, por ejemplo, "el cuerpo de una madre". [...] Y nos da un ejercicio interesantísimo, que tiene todo que ver con la curiosa intersección entre el drag y cualquier personaje, entre el drag y la folclórica, entre el drag y toda artista. En el fondo, no es tanto un libro sobre el drag como un texto sobre qué sucede cuando nos convertimos en una persona que ya no somos nosotros.
Del prólogo de Elizabeth Duval