«Andando el tiempo he comprendido que la huida del campo a la ciudad tuvo su origen en el desprecio que el campesino sentía hacia su vida en el campo, en la que el tremendo esfuerzo realizado no tendría más recompensa que acabar un día criando malvas. Era aquel un mundo cerrado y circular, que giraba siguiendo el ritmo de las estaciones para retornar siempre al mismo punto de partida. En realidad huyeron de esa fatalidad y del abandono. Creían, contraviniendo sus principios más arraigados, que era mejor estar sometidos a un amo que ser esclavos de la tierra. Muchos se arrepintieron después, pero ya no había remedio».
Abel Hernández retoma el escenario ya explorado en Historias de la Alcarama, ese espacio mágico, desértico y abandonado de las tierras altas de Soria. Se trata, como él mismo dice, del regreso a su Macondo particular, al país de su memoria y de sus sueños.