En 1933, Inglaterra vive aún la euforia de los felices años veinte haciendo caso omiso de los aires que soplan desde el continente. Los esplendorosos estudios cinematográficos Imperial Bulldog de Londres encargan al joven escritor Christopher Isherwood el guión de una película ligera y sentimental, La violeta del Prater, que dirigirá el conocido cineasta judío Friedrich Bergmann, quien, para abordar el proyecto, ha tenido que dejar a su familia en Austria, amenazada ya por el nacionalsocialismo.