Leído apresuradamente, "Días de ira" podría parecer un relato pornográfico. Craso error: desde la misma dedicatoria (a mi perra Frida, la única hembra que conozco cuya lealtad no me inspira duda alguna, de momento), la angustia se enseñorea del texto, una angustia que se intuye implacable y que no es más que el trasunto de un drama personal originado en una ausencia. En relación a lo específicamente sexual, Alberto Viertel se limita a contar las significaciones que da el sexo a la vida y a cantar sus goces y represalias. En cuanto a su forma, días de ira es, esencialmente, un trabajo multimedia, un producto editorial nuevo que emplea soportes distintos a los usuales, aproximando la literatura a sus más antiguos orígenes, el romance callejero o el cantar de gesta, vociferados de pueblo en pueblo a modo de pregón. Un pregón que, en este caso, como diría Rimbaud, es absolutamente moderno.