La profunda amistad que unió a Emilio Prados y José Luis Cano comenzó en Málaga, en 1928, cuando fueron presentados por Darío Carmona -compañero de estudios de Cano-. Prados dirigía y componía en su Imprenta Sur, con la ayuda de Manuel Altolaguirre, la famosa revista Litoral y sus suplementos poéticos, en los que aparecieron los primeros libros de Lorca, de Cernuda, de Aleixandre. Emilio se habría de convertir, a raíz de este encuentro, en el primer mentor poético de José Luis, que terminaba por aquel entonces su bachillerato, en ese momento justo de la adolescencia en el que el joven hombre empieza a decir y a definirse. Desde ese día, como ya ha escrito el propio José Luis Cano, su palabra de amigo y de poeta le acompañaron siempre, y fue esa palabra, con su fuerza espiritual y la generosidad incansable de su alma, lo que sembró en él su amor a la poesía.
Si durante muchos años la relación directa y personal entre Emilio Prados y José Luis Cano llegó a ser casi diaria, los acontecimientos que se produjeron en la familia de este último, después de la dictadura de Primo de Rivera, obstaculizaron tan estrecha amistad -el padre de José Luis, militar, fue destinado al Gobierno de Alicante-. Luego, la guerra, el silencio, hasta 1945 en que empezaría a recibir, como si el tiempo no hubiese transcurrido, las primeras cartas desde su exilio mexicano. Cartas que habrían de sucederse hasta pocos días antes del fallecimiento de Prados, el 24 de abril de 1962.