En este film, Recuerdos…, Woody Allen reemprende la misma operación que había realizado en Interiores con Ingmar Bergman, pero esta vez el maestro parodiado es el Federico Fellini de Ocho y medio. En los dos films, Allen les rinde un homenaje no encubierto, sin dejar por ello de estar él muy presente en su obra, ni de poner en ella su sello inconfundible. Lo más divertido de esta película es que el espectador, al salir del cine y comentarla con los amigos, se sorprende repitiendo las mismas críticas o alabanzas que emiten los personajes de Recuerdos, comprobando así que Woody Allen se adelanta él mismo al pensamiento y a las reacciones del público. Al leer el guión, esta sensación se hace aún más evidente, pues el lector dispone del tiempo que desea para captar la reflexión que hace Woody Allen, a través del personaje que él mismo encarna y de los que representan a toda la extrañísima fauna que rodea al mundo del cine (productores, distribuidores, periodistas, críticos, admiradores y detractores), sobre los problemas que asaltan a un artista en el momento de ponerse a concebir y realizar una obra. De toda su filmografía, ésta es quizás una de las películas más «serias» que jamás haya hecho, pero también este aspecto es objeto de examen en el film : ¿debe un autor, que ha logrado la fama haciendo reir, ponerse de pronto a hacer una película seria ? ¿Por qué ha de exigírsele siempre a un artista que repita lo que ha hecho ya ? Allen viene a decir que, en realidad, cualquiera que sea el resultado de una obra, es propio del artista probar caminos distintos mientras se sienta con ánimos y capacidad para hacerlo.