Natalio Galán (Cuba, 1917-Nueva Orleáns 1984) tuvo predilección por la música desde su adolescencia. Con su estudio llenó lo que vivió. Compositor con tendencia nacionalista, desde su exilio en Nueva Orleáns, describe su vivencia y la precisa en una serie de citas, documentos eruditos en bibliotecas europeas o norteamericanas, que van creando la historia de la música popular, urbana o campesina, trabajada tal como nadie la imagina, con la seriedad -aunque sonriente- con que se estudia una obra del repertorio clásico. En este libro, por ejemplo, la guantanamera es una chacona.
La manera cubanísima de cantar o bailar está ausente en definiciones históricas. Bien se pasa a la leyenda, o el absurdo justifica lo que fue creado por un lento devenir. Cada generación oculta a la otra con una invención que no es más que la anterior borrada con otros rasgos. Parodias parodiando se suceden en este libro, las cuales no sólo ocurrieron en Cuba sino en toda la América Latina y seguirá pasando en su flujo y reflujo musical.
La música popular cubana, siempre despreciada en su investigación histórica, es rescatada en muchas facetas por medio de actas de cabildo, viajeros, costumbristas y partituras o discos, que aportan una suma de factores, surgiendo de la narración un libro articulador que orienta en el género. Lo más trivial queda situado en la gravedad de su contexto: lo guapachoso, el Keeling, ayes o gestos erótico-dramáticos adquieren cierto significado que la mayoría aceptaba como símbolos indispensables a esa generación.
Sin embargo, nada excede a lo propio, todo ocurre en un cauce limitado, como la zarzuela es siempre una zarzuela, que va tiñendo cualquier reemplazo cuya novedad pueda alterar la estilística. Así, entre 400 años de historia, la música popular cubana es un constante desafío y desquite que se refleja en sus géneros hasta estallar en una salsa que sólo rememora, pero deja patente la continuidad de lo que ahora es turbulencia, o pasado, muerto a aquella generación.