No dejamos de asistir con estupefacción a un mundo que ha perdido su capacidad de hacer mundo. A lo sumo, parece haber ganado solamente la capacidad de multiplicar a la medida de sus medios una proliferación de lo inmundo que nunca antes en la historia había marcado de esta manera la totalidad del orbe. Frente a ello, no se trata de inclinarse del lado de esta destrucción o entregarse a la lógica de una nueva salvación, pues no sabemos ni siquiera lo que una y la otra pueden significar. Debemos, al contrario, sostenernos a la altura del acaecer de este presente, interrogándonos acerca de lo que el mundo quiere de nosotros y nosotros queremos de él, en todo el mundo y para todo el mundo.
Esto debe pasar, afirma Jean-Luc Nancy, por poner en evidencia cómo el proceso de globalización al que también asistimos, que asume de esta manera un carácter de necesidad, aparte de implicar el crecimiento exponencial de la globalidad del mercado, causa de la inmundicia que nos rodea, al generar al mismo tiempo una interdependencia de los hombres cada vez mas estrecha, no cesa de debilitar cada vez más las independencias y las soberanías, manifestando la interconexión de todos en la producción de un mundo humanizado. Producción que, no determinada por ninguna autoconcepción del hombre o del mundo, y que, por tanto, más allá de toda producción, es creación, trastoca esta globalización en mundialización, es decir, produce un valor que no se puede capitalizar sin resto: el valor de mundo, precisamente, el valor de ser-mundo y ser-en-el-mundo. Decir en nuestro presente “el mundo”, que es de lo que esencialmente trata esta obra de Nancy, acompañándose de una interrogación acerca del valor que la filosofía tiene hoy, como si fuera en el pensamiento donde el mundo deviene mundo, denuncia todo recurso a “otro mundo”. La “mundializacion” significa, por tanto, también, o antes que nada, que es en “este mundo” o “como este mundo” donde se juega la producción o creación del hombre como instauración de un “reino de la libertad”.