Gail DeMarco se había marchado de Whiskey Creek, California, para hacerse un nombre en Los Ángeles. Su agencia de relaciones públicas había conseguido una importante lista de clientes, incluyendo al actor más taquillero del momento, el sexy e impredecible Simon O’Neal. Pero Simon, que acababa de salir de un turbulento divorcio, estaba tan ocupado destruyéndose a sí mismo que no estaba dispuesto a seguir sus indicaciones. Gail decidió entonces dejar de prestarle sus servicios, y él se vengó llevándose al resto de clientes consigo.
Desesperada por salvar la agencia, Gail tuvo que humillarse a llegar a un acuerdo con Simon. Lo que a él le importaba de verdad era recuperar la custodia de su hijo, pero para ello debía lavar su imagen. Necesitaba casarse con una mujer de reputación intachable.
Gail era la única en la que podía confiar. Y, aunque a regañadientes, aceptó convertirse en su esposa. Sin embargo, su resistencia no se debía a que Simon no le gustara, sino a que le resultaba muy difícil no amarle.