Desde el oso del Paleolítico, al que se atribuían poderes mágicos, hasta nuestros osos de peluche, Pastoreau nos relata la historia de una relación pasional que se prolonga desde épocas remotas.
Durante mucho tiempo, en Europa, el rey de los animales no fue el león, sino el oso, al que se admiraba y veneraba. Dejaron sus huellas en la mitología y el imaginario colectivo hasta bien entrada la Edad Media cristiana, pero muy pronto la Iglesia trató de borrarlas. Temían la fuerza brutal de la fiera, la fascinación que ejercía sobre reyes y cazadores y la creencia según la cual el oso macho raptaba mujeres jóvenes para violarlas.