La obra de María Victoria Atencia nos habla de un mundo poético inconfundible, de escenas breves e instantes detenidos, en poemas de una delicada musicalidad interna. Todo ese mundo, labrado a lo largo de una larga trayectoria literaria, culmina en Las contemplaciones, cuyo título bien pudiera cifrar su manera, serena y sosegada, de entender la poesía y ofrecérsela al lector. «La perfección, sin historia, sin angustia, sin sombra de duda, es el ámbito —no ya el signo, sino el ámbito— de toda la poesía que yo conozco de María Victoria», dijo de ella María Zambrano. Y, en efecto, la poetisa lanza sobre el mundo exterior una mirada que, sin dejarse embaucar por el sentimentalismo, ahonda en pequeñas escenas, en detalles y objetos aparentemente cotidianos, que descubren bellezas inéditas, valores insospechados. Como en un cuadro de Vermeer, los poemas de Las contemplaciones revelan puntos de vista inesperados que aleccionan acerca de cómo enfocar el mundo y la vida que transcurre, de cómo apreciarla y darle su justa dimensión, a veces, como reconoce la propia autora al final del libro, incluso «sin más contemplaciones».