Al canallesco origen del reparto colonial africano, cocinado en la Conferencia de Berlín en 1885, se unió, en el caso del Sáhara Occidental, una calamitosa descolonización que puso en evidencia las miserias de una dictadura anacrónica y ya agónica. Después de ochenta años de presencia e infinitas promesas, en 1975 España abandonó el Sáhara sin hacer cumplir la Resolución 1514, según era el mandato de las Naciones Unidas. La confluencia de intereses globales derivados del contexto de la guerra fría y de disputas entre naciones vecinas por la hegemonía regional dio un sesgo inesperado al proceso descolonizador. El territorio fue engullido por Marruecos y Mauritania, aduciendo derechos históricos, y el minúsculo pueblo de nómadas que lo habitaba vivió la fractura más profunda de su historia. Para la mitad de ellos, un exilio en el desierto argelino que no acaba; para el resto, una experiencia de transformaciones sociales y demográficas que lo han convertido en población minoritaria en su antigua tierra. En el recorrido, quince años de guerra imposible y otros tantos de diplomacia sin resultados. Mientras tanto, el tenaz sueño de independencia, avalado por disposiciones internacionales que las potencias no asumen, ha sido neutralizado y sobrepasado por otra "realidad", aún más tenaz, que probablemente acabará imponiendo sus condiciones.