Hay episodios apasionantes de la historia moderna que, por diversas razones, no han encontrado un auténtico intérprete y han quedado, a veces, como un recuerdo confuso. tal era el caso de la historia del archiduque Maximiliano de Austria, quien a los treinta años llegó a ser emperador de México. Su trayectoria vital, tan breve, es inseparable de Carlota, la bella princesa belga.
En 1861, el presidente Benito Juárez suspendió los pagos de la deuda externa Mexicana. Esta suspensión sirvió de pretexto al entonces emperador de los franceses Napoleón III, para enviar a México un ejercito de ocupación, con el fin de crear en ese país una monarquía al frente de la cual estaría un príncipe católico Europeo. El elegido fue el archiduque austriaco Fernando Maximiliano de Habsburgo quien a mediados de 1864 llegó a Méjico en compañía de su mujer, la princesa Carlota de Bélgica.
Cuando la pareja real llegó a México tenia el apoyo de la fuerza de uno de los más poderosos ejércitos europeos. Pero en vez de encontrar un país idílico y en paz, encontró una fuerte resistencia a la presencia de las tropas de ocupación. Benito Juárez, de sangre mestiza, patriota entregado a la causa, se conjuró para expulsar de su tierra a los invasores.
En 1867, tres años después de haber subido al trono, expulsado el ejercito invasor, las tropas mexicanas arrestaron y ejecutaron al Emperador.
Maximiliano, que se enfrentó a su muerte con gran entereza. Carlota, en Europa tuvo que pasar las amarguras de la guerra de 1870 y de 1914, para morir, perdida la razón, a los ochenta y siete años.
Maximiliano y Carlota es una vivísima y apasionante biografía de dos personajes a quienes no acompañó el buen hado, y al mismo tiempo, el retablo de toda una época turbulenta.