La historia de estas gentes discriminadas y perseguidas, que ha llegado casi hasta nuestros días, es una rareza difícil de explicar.
Tenemos que retroceder a épocas muy remotas que justifican
el rechazo por la ignorancia de los pueblos.
Aun así, no se comprende que se haya prolongado tanto tiempo.
Los últimos agotes de la historia viven en Bozate, barrio equidistante de Arizkun y Errazu, dos de los catorce pueblos que componen el navarro valle del Baztán, frontera con Francia. Al otro lado de los Pirineos, los franceses les llamaron cagots. Vivían en barrios apartados, con la prohibición de mezclarse con los vecinos de otros pueblos. Para que su separación fuese completa, debían distinguirse hasta en la propia vestimenta y tenían que llevar la marca de un pie de pato de color rojo, de manera bien visible. Además estaban obligados a avisar de su presencia haciendo tañer unas claquetas para que los otros se apartasen. Eran objeto de discriminación en la la iglesia, donde les estaban reservados los últimos bancos. No podían llegar hasta el altar ni para comulgar ni para recibir la paz, el sacerdote bajaba a dársela. En la ofrenda de pan a la iglesia, y que el monagillo recogía en un saco, le daba la vuelta a éste, para que los panes de los agotes no se mezclasen con los otros.
Tenían una pila de agua bendita y un cementerio aparte, incluso había iglesias con una puerta especial para ellos. Tampoco se les permitía ser sacerdotes. Nunca les dejaban participar en los bailes y en las fiestas de los pueblos del valle. Una maldición que ha llegado a su fin.