Esperaban a un chico. Por eso, cuando Diana llegó al mundo tuvo que apresurarse para encontrar su lugar, como un cachorro de cualquier fiera, sin referentes y tratando de encajar en el papel que le había tocado.
Diana crece sin conocer la clase de animal que la habita. Se convierte en una mujer alegre, sensible y fuerte a pesar de una infancia revestida del halo mágico de la nostalgia pero que encierra episodios terribles.
Entre Navarra y Barcelona, acompañamos a la protagonista por su particular historia de primeras veces. Se suceden el salto del pueblo a la ciudad, la apuesta por la aventura, el paso a la edad adulta, todo lo que genera y destruye el alzhéimer de su padre, la certeza oculta tras una interpretación al piano y un descubrimiento final que lo dinamita todo.
Con una voz personal y un tono que pivota entre el humor, la ternura y la crudeza, en El verano que aprendí a disparar Maite Esparza crea un universo ficticio que desborda verdad, una autoficción honesta y luminosa que deja entrever el cuarto oscuro que todos albergamos al fondo del pasillo.
Una novela valiente y directa al estómago que culmina con dos disparos cargados de esperanza.